Madrid. Madrid como epicentro de la
política española. Madrid como capital de los pobres restos de un imperio
amarilleado y carcomido con el tiempo. Ese Madrid tiene muy claro que debe
haber un castigo ejemplar y ejemplarizante para los independentistas catalanes.
Madrid como parte del problema. Madrid como interesada de parte. Ese Madrid con
su casa real, su palacio de la Moncloa, sus ministerios, con las más altas
instancias judiciales del país, todos deseando, esperando, prefabricando y
dándole forma y hasta lustre, a una sentencia ya dictada de antemano. En los
comentarios a un artículo de la prensa relativo al juicio sobre el Procés,
decía un lector que: “Qué manía con
querer internacionalizar un problema casero, aquí no se juzga a los jueces, se
juzga a los insurrectos” (como suena a esa frase que se dice cuando el agresor golpea a su pareja: "Son cosas de pareja") Ese es el típico y tópico espíritu capitalino que
se ve frustrado en sus deseos de que la cosa no salga de aquí, no sea que se le
vean las vergüenzas al putrefacto sistema judicial español. Que típico, que
tópico y que marginal, porque si España pretende pertenecer a una comunidad no
solo para recibir ayudas a su desarrollo, muchas, multimillonarias ayudas que
han acabado en los bolsillos de los amigos de Chaves, Griñan y otros truhanes
semejantes, es con el compromiso de respetar los valores y principios
fundacionales de la unión europea, como es el caso, y debe respetar que incluso
el derecho constitucional de los países que la integran, está subordinado al
Derecho Europeo. Pero como siempre, a algunos solo les gusta la libertad de
expresión, si sirve para que ellos se expresen con libertad; libertad que no
desean ni en la forma ni en la medida para el resto que para ellos. Como a
otros Europa les parece muy bien, pero siempre que esta no le diga lo que tiene
que hacer, por ejemplo, con sus ajusticiados porque entonces ¿dónde queda eso
de la soberanía de nuestro sistema judicial?; ¿le respondes tú o se lo digo
yo?: en el mismo saco que el techo de gasto que tanto se empeñan en defender la
derecha de aquí, que nos viene dictado desde allí: Bruselas. Ya es curioso que,
para lo que les interesa, quieran y exijan voz en grito independencia y
soberanía en relación con esa Europa que les mola tanto cuando cobran de ella;
pero que obvian y se olvidan selectivamente de los compromisos que se adquieren
al entrar a formar parte de una comunidad, llámala X. Es el error propio de
todos aquellos que aspiran a que la vida se adapte a ellos, sin pensar en que
es justamente todo lo contrario: somos nosotros los que debemos adaptarnos a
esta. ¿Pero como vas a hacerles ver a esos ciegos que no quieren ver; ¿cómo vas
a hablar a esos que no quieren escuchar, cómo vas a argumentarles a aquellos
que no quieren argumentos sino tu rendición, tu capitulación, tu sumisión
incondicional?
Era prácticamente un calco, el
discurso del preparao el día 3 de octubre del año pasado, al argumentario y
relato del gobierno de Rajoy, como para hacerme creer que el discurso del
Felipito en contra de un segmento de la población catalana y azuzando al resto
de la española contra aquella, fue idea y/o iniciativa real, suya. Incluso la
casa real sabe de su propia vulnerabilidad, de su volatilidad en un momento
dado, si no se adapta a las situaciones que más convengan al interés general y,
después del ridículo mayúsculo y de las imágenes que ofreció España y su
gobierno a la opinión pública internacional el 1-O, el interés general no podía
ser otro que estar con el gobierno de Rajoy inclusive en su ilegalidad, tal
como insinuó el propio Rubalcaba: por la unidad, lo que haga falta. ¿De qué y
para qué servía aporrear a la gente que iba a participar en un referéndum
ilegal, si su propia ilegalidad lo convertía en infructífero, en una
inutilidad, en una inanidad jurídica? Ah, pero es que los Rajoy, las Chukys,
Cospedales y cía se habían mostrado muy ufanos y dicharacheros alardeando, días
previos al 1-O, sobre que no habría referéndum porque no habría papeletas, ni
urnas, ni censo…y el CNI por un lado, el servicio de información de la Guardia
Civil por otro y el de la Policía Nacional, que juntos deben sumar una cantidad
ingente de chivatillos y correveidiles, no se enteraron de nada, porque hubo
papeletas, urnas, censo y referéndum en el mayor zasca de la historia al
gobierno de España desde 1.975. Había ese día mucho odio. Odio que ya
importaban desde sus cunas y lugares de origen los miembros de las fuerzas de
seguridad del estado, quintuplicado en las sesiones que se llevaron a cabo en
los barcos como el Piolín aquel famoso, sesiones en las que los mandos
señalaban los objetivos prioritarios, la estrategia a seguir y se mentalizaba a
los números armados de la “guerra” que se avecinaba, al tiempo que los tenían
en unos camarotes infectos e indecentes que sirve como caldo de cultivo de una
rabia que acabó desatándose el 1-O contra la población civil. Recordad los
reproches y rifirrafes que hubo, por ejemplo, entre la policía y el Zoido por
la bazofia de comida que les daban, como táctica del ministerio para tenerlos a
punto de caramelo y que salieran a abrir cabezas y patearlas si hacía falta,
todo para intentar evitar un referéndum que, por otro lado, era inevitable en
tanto y cuanto que solo podían cubrir el 20% de los colegios que se abrieron
para votar. La prioridad era impedir las votaciones en aquellos colegios donde
se suponían que iban a ir los políticos implicados en el referéndum y alguno
que otro más, hasta donde llegara la cantidad de efectivos armados,
absolutamente insuficiente para cubrir todos los colegios de Catalunya y
centros de votación que se habilitaron ese día. Por eso reflejaba tanto odio en
su discurso Felipe el preparao, contra los que fuimos a votar aquel día: no era
otra cosa que el mismo odio destilado en la Moncloa hacia el movimiento
independentista, que los había dejado en ridículo. El mismo, exactamente el
mismo odio que se lee, se mastica en cada argumento de los autos del Llarena,
en cada línea de la acusación de la fiscalía, en cada decisión que se ha
adoptado contra los dirigentes catalanes. El mismo odio. Y nos llaman nazis
aquellos de los GAL, o aquellos otros responsables del crimen de estado en la
playa del Tarajal, los del metro de Valencia, los que tratan con regímenes
dictatoriales y les venden armas, los mismos que tapan las ilegalidades reales,
que amnistían fiscalmente a sus amigotes y a la monarquía, los mismos que
recogieron el testigo de la mierda de momia esa que hay en el Valle de los
Caídos, perpetuando el saqueo al erario y viviendo a base de bien, a costa de
una población laboral explotada y cada día más recortada en sus derechos,
incluidos los más básicos.
A más ver
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