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viernes, 2 de noviembre de 2018

PARA MAÑANA

                                                          


El congreso de los diputados cada día se asemeja más a esos circos en los que no hay trapecistas, ni magos, ni equilibristas; solo cuadrúpedos y payasos. Es comprensible, y comparto, la desazón generalizada provocada por una casta política nauseabunda, corrompida hasta el tuétano después de 40 años de dictablanda del régimen del 78, que se han dedicado a hacer creer a la gente que esta, la nuestra, era una democracia ejemplar (dime de que presumes y te diré de que careces), con un periodo llamado de transición, modélico (más de 200 muertos “lo avalan”, durante ese periodo) y exportable al mundo entero. Y nos tragamos una trola después de otra porque la gente veía al monarca feliz con su modélica familia esquiando en Baqueira, o compitiendo en las regatas con su Bribón, había trabajo, y del estable, y la señal de haber triunfado en la vida como modesto currante, era tener tu vivienda en la ciudad y construirte una casita a las afueras con piscina. La gente, por consiguiente, pensaba, o quería pensar y así autoconvencerse, que la política era cosa de los políticos, con los que se simpatizaba más o menos en función del numero y gravedad de los pequeños pecados “veniales” que cometían, por ejemplo, el hermano del sátrapa del Alfonso Guerra ese, los Pujol y/o las puertas giratorias de los grandes consejos de administración de algunas empresas, beneficiadas con tratos de favor por la casta política. Pero había mucho más, naturalmente, que lo evidente. Toda una red de corruptelas institucionalizadas que alcanzaban a todos los estamentos del estado, desde policías a jueces, desde funcionarios municipales a diputaciones, iglesia, ejercito…que el que no pillaba, vamos, es porque o era tonto, o no se enteraba de nada.

Por eso, y por mucho más, está uno como para que venga el sátrapa del rey de pijolandia, a enseñarme democracia. Un individuo que disfruta de la mayor situación de privilegio, y hasta de inviolabilidad, del país, por la gracia de tener el único merito de ser hijo de. Ese es todo su…” arte”, por decirlo de alguna manera. Cada día lo detesto más, sí. A él, personalmente, y por supuesto a toda la bazofia que conlleva su cargo, un cargo que ni merece ni tiene para mí ninguna autoridad moral. Cero. Es un puto cero a la izquierda para mi. Una absoluta inanidad andante por mucha vitola que le quieran endiñar de personaje ejemplar; y sí, claro que es ejemplar: un ejemplo de lo que es una auténtica anacronía en una democracia occidental del siglo XXI, ya que no hay nada más contradictorio en su génesis que monarquía y democracia, todo un oxímoron per se.
                                                               

Y mientras uno cabalga saltando de grupa en grupa entre el caballo de mi vida, el de mi trabajo y el de mis demonios, el espectro de una España demodé, caduca, casposa, intolerante y rancia como la madre que la parió, sigue en su cruzada de engañabobos, proclamando a los cuatro vientos que no le causa ningún sonrojo, todo lo contrario, pasa olímpicamente, de exponerse a un ridículo internacional sin paliativos, habida cuenta de los numerosos medios de comunicación interesados en el juicio sobre el Procés, que estos sí que informarán objetivamente a la opinión publica internacional que, por otro lado, es de esperar que no sea privada de las imágenes y declaraciones durante el juicio. La transparencia total es poco conveniente para los teóricos conspiranoicos que ven golpes de estado cada día en Catalunya. Sobre todo, la de esos nauseabundos personajillos que contratan los servicios privados de un personaje como Villarejo, para espiar a miembros de su propio partido, como hemos sabido hoy que, hacia la Cospedal, ansiosa por saber hasta la marca de los gallumbos de tal Javier Arenas, verdadero cerebrito gris del partido que ha hecho y deshecho a su antojo, durante décadas, en Andalucia y en la sede del partido en Madrid. Nadie le discute al Pablito Casado que la Cospedal mintiera o dijera la verdad; solo que, en base a su nuevo plan interno para combatir la corrupción en su partido, lo que ha hecho esa individua es incompatible con seguir ocupando un cargo publico como el que disfruta de diputada. Así que, para ser creíble como líder de un PP renovado, o dimite ella o le toca a él tomar la decisión de cesarla como miembro del partido. Todo lo que no sea eso, es más blablablá. No parece que le vaya muy bien en las encuestas al masterizado Pablito, componente del dúo de los hermanos Pinzones que, como recordaréis los más viejos del lugar, “…eran unos…marineros”, de la derecha española, junto a su homónimo Albertito Rivera. Y como no le va bien en las encuestas y sigue los dictados de su padre y dios celestial, el matasietes Ánsar, ese agrio de las Faes que es más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado en la boca, perdida irremediablemente Catalunya a nivel electoral, entre otras por las pocas gracias y muchas desgracias verbales y teatrales de un tal Albiol, la estrategia no puede ser otra que incidir en que en Catalunya nos comemos a los niños crudos, porque es intolerable que TV3 lleve 15 meses siendo líder de audiencia. Putos polacos. Todo ese tipo de cosas, esa retahíla de improperios, falsedades indisimuladas de pintor de brocha gorda, toda esa teatralidad y bufonería del Casado, está destinada a un público muy concreto y determinado, al que excitar su patrioterismo de salón y convencerlos de que la verdad es mentira y la mentira es la única verdad sostenible. Es lo que los posts modernos denominan la post verdad. Así anda España de perdida. Y aún tienen la desfachatez supina de negarles el pan y la sal a quienes les voten, negándose a la subida del salario mínimo a 900 euros, porque eso nos causaría un cataclismo financiero y laboral para España que no le conviene. Para estos caballeretes y señoritingas, España va la mar de bien siendo la que más trabajadores tiene en riesgo de pobreza de toda la unión europea, doblando el numero de la francesa, por ejemplo. Pobres, y mejor aun analfabetos; pero, eso sí: que no se olviden de decir viva el rey cuando coman pollo.
                                                            

A más ver   










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