Dejando de lado la profusión que
observo últimamente de mentes tan preclaras de individuos que, sin embargo,
parece ser que solo consiguen destacar por su innata capacidad de egoísmo,
egocentrismo y petulancia, tan rancias como sus disparatados, en algunos casos,
razonamientos, hoy no tengo ganas de escribir sobre política, ni políticos. Hoy
no tengo ganas de escribir siglas de partidos, ni de mentar estrategias
políticas, de campañas, de jugadas ni jugarretas inherentes al ejercicio del
poder. Hoy tengo ganas de personas, de humanidades, de gentes a las que hay que
decirles, también, que una de las principales tareas que tienen, es poder
conservar su independencia como seres racionales, que no deben dejarse
influenciar por mensajes, eslóganes, mantras y discursos destinados a provocar
un determinado estado de ánimo, de simpatía o animadversión concluyentes. Viviendo,
como vivimos, empecinadamente asaetados por mensajes destinados precisamente a
influenciarnos, no es nada fácil, lo sé. Pero hay que hacerlo para sacar la
cabeza de ese lodazal y respirar, para seguir conservando el control sobre lo
que, y cómo lo pensamos. Confieso, con todo, que la deriva que está tomando
esta cosa llamada España, en su conjunto, descorazona y no poco, por lo que
tampoco se trata de emprender una especie de huida hacia adelante, sino como
digo de intentar, por todos los medios, de no dejar de ser uno-a mismo-a. Hoy,
por ejemplo, he tenido ocasión de ver a una periodista, que primero uno quiere
imaginarse que se considera mujer, ser tan benévola e indulgente con los nuevos
salvapatrias que no han perdido ripio a la hora de demostrarnos su nivel de
misoginia, que me ha inspirado mucha lastima por esa persona, mujer y
periodista, porque esa indulgencia y esa benevolencia era una pura impostura,
más que probablemente impuesta por quien le paga la nomina a fin de mes. Si ese es el precio de la
dependencia, yo no lo quiero ni lo querría nunca, preferiría mil veces que
nadie me leyera ni un solo post, ni un solo párrafo, ni una sola línea, pero
seguir conservando intacta mi libertad para pensar y escribir aquello que
pienso y no otra cosa que no tenga nada que ver conmigo.
Porque las personas somos capaces de
muchas y de muy buenas cosas. Siempre he creído en esto porque lo puedo ver a
diario. Lo puedo ver en como se esfuerza la gente por hacer bien su trabajo, a
pesar en muchos casos de todos los pesares, lo percibo en su innata capacidad
para solidarizarse con otras gentes, para generar un espacio de bienestar
común, lo puedo ver en su amor vertido hacia las cosas pequeñas, en su
capacidad para conservar esperanzas, así en plural, en su confianza que
depositan en otras gentes sin pedir ni esperar por ello nada en
contraprestación. No es que de repente me haya dado una sacudida de buenismo,
como aquel que descubre de pronto un paraje de una belleza que lo deja sin
habla; pero a veces hay que hacer ejercicios que nos devuelvan a cierto
equilibrio, o acabaríamos mal de la sesera, irremediablemente. Nos vemos
expuestos, sobre todo en función de la cantidad de horas que le dedicamos a las
redes, a la toxicidad de mucha gente desquiciada que lo único que hace es dar
muestras de sus miserias y ruindades, gente con la que no te pararías ni un
segundo en la vida real, aquí llenan nuestro espacio con sus necedades,
insultos, odios, frustraciones y zafiedades de todo tipo, haciendo mella en
nuestro animo en la medida en que no nos preservemos de ellas. Daros la
oportunidad, el alivio y la satisfacción de pasar de esa gente toxica o
limitaros a responder a sus salidas de tono con el Emoji con la mejor de las
sonrisas y, como decía mi sabia abuela que era sabia no por abuela, a otra
cosa, mariposa.
Ha costado mucho trabajo, muchos
sacrificios y muchos esfuerzos de muchísima gente anónima que se levanta cada
día para construir, llegar al punto en el que estamos disfrutando de las cosas
que podemos disfrutar, gracias como digo principalmente a esa ingente cantidad
de gente honesta que, afortunadamente, sigue predominando sobre la otra. Se nos
dio el don de la vida y un mundo maravilloso para vivirla, ¿porque hacer de lo
fácil algo complicado? Reír, querer, dar felicidad, ser buenas personas,
respetar, aprovechar el tiempo, ser empáticos, dejar las pendencias para las
ocasiones en que tengamos que ser reivindicativos, dejar de relatar nuestras
vidas como si fueran un continuo viacrucis en el que siempre somos las victimas
de algo y, exacto: nunca somos nosotros culpables de nada, porque sí. Es más
fácil efectivamente encontrar a alguien que le haya tocado la lotería, que a
una persona con un sentido natural y correcto de la humildad, a alguien que
pida disculpas por el error, que reconozca haberse equivocado, no haber
pensado, no haber sabido, no haber querido. Nos pierde de continuo un sentido
del orgullo mal encauzado, poco madurado y muy mal aplicado por lo general;
tampoco me extraña mucho: nos pasamos la vida viendo tonterías en la tele, o a
gente estúpida triunfar en la vida sin apenas esfuerzo y, a otras que, por
mucho que se esfuercen, nunca llegan a casi nada porque hacen del sentido común
el menos común de los sentidos. Y que conste que yo soy el primero, porque no
parece de mucho sentido común levantarme a las 5 de la mañana porque no puedo
dormir, para ponerme a escribir estas líneas; pero es que, como explicación, lo
mío con la señora escritura ya es puro vicio. Aprovecho, ya de paso, para
ponerme a escuchar a Bob Dylan, Supertramp, al The Boss, Pink Floyd y gentuza
de esa ralea que, de buena mañana, me carga las pilas. Estos días, por cierto,
estoy aprovechando para coger el coche y perderme por ahí, solo por el placer
de conducir y de usar el coche para ponerme a escuchar a toda potencia a la
Janis Joplin y su Cry Baby, cantándola con ella sin miedo al ridículo. Eterna,
Janis.
Que os vaya bonito y…
A más ver
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