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jueves, 10 de mayo de 2018

DESFASES Y DESCOMPOSICIONES




Notamos el odio. Lo percibimos, lo contrastamos, lo corroboramos y eso nos da más brío, más fuerza, más convicción. Yo podría esconderme en el regazo de una pretendida imparcialidad; pero no soy imparcial, formo parte del relato y una parte que a un buen numero de los que me leéis no os gusta, ni tiene por qué gustaros, evidentemente, entre otras cosas porque yo no hago las cosas para gustar ni disgustar a los demás, sino porque me parecen correctas. Me parece correcto, por ejemplo, que si yo vivo en un pretendido país democrático y en un, más pomposo que efectivo, estado de derecho, la ciudadanía tenga precisamente el derecho de expresar sus opiniones a través de las urnas sobre CUALQUIER tema que le concierna de forma personal y como miembro de un colectivo o comunidad. Es el abc de la democracia. Muchos, la inmensa mayoría, cuando se ponen a opinar sobre el conflicto catalán olvidan algo fundamental: el tiempo. Y con tiempo me refiero a los años que hace que buena parte de la sociedad catalana viene quejándose de lo mismo: del ataque y derogación de nuestro Estatut por parte de Rajoy y sus primos de Zumosol del TC, por un puñado de votos. Y salimos a la calle y lo expresamos pacíficamente cada 11-S, desde la primera manifestación reivindicativa en el año 2.010; lo único que hemos tenido a cambio ha sido la callada y el menosprecio del gobierno de Moncloa por respuesta. No somos niños, sabemos perfectamente cómo funciona el poder en este país y en manos de quien está; como sabemos, hemos visto, vemos y seguiremos viendo como ese poder se salta a la torera la democracia y la voluntad popular. Tienen lo que precisan: el control de las instituciones y, entre estas, unas fundamentales como son la fiscalía y la judicatura, con unos jueces y fiscales nombrados a dedo por las formaciones políticas y no precisamente de forma gratuita, sino como favor a devolver llegado el caso, por cuestiones de afinidad ideológica de jueces y fiscales y/o estratégicas de los partidos. Esto no es que sea algo que yo, personalmente, quiera haceros creer por conveniencia sin una base que lo sustente. El último informe GRECO le ha dicho y reiterado al gobierno que debe modificar el sistema de elección de los jueces, entre otras cosas, como medida imprescindible en la lucha contra la corrupción política, algo que evidentemente el gobierno de Rajoy se ha pasado por el arco del triunfo, desde el año 2.013 que fue advertido por primera vez por la Comisión Europea. Oxímoron. Colar en la misma frase PP y democracia es todo un oxímoron, un contrasentido en sí mismo, porque nadie como el PP abandera el estandarte del cinismo y la hipocresía más zaparrastrosa y desvergonzada, proclamando a los cuatro vientos su falsa colaboración con la justicia por un lado, pero por otro rompiendo disco duros y negándole al juez la documentación requerida, hasta el punto de que tuvo que personarse la policía en la sede del partido para buscarla. Y esto tampoco es una interpretación política mía interesada de parte: son los hechos, indiscutibles e irrefutables, que todos hemos visto y oído en todos los medios de comunicación. Y os da igual. No te digo a ti, personalmente, que puedes detestar al PP tanto o más que yo, sino al conjunto de españoles que han vuelto a votar repetidamente a esa banda de delincuentes.
                                                                             
Yo soy republicano. Quien debería representarme y defender mis derechos y reivindicaciones como republicano, pongamos por caso el P$OE, no solo nunca lo ha hecho a lo largo de estos últimos 40 años, sino que los dirigentes de ese partido han renegado públicamente del republicanismo y dicen sentirse muy cómodos con esta monarquía, traicionando así a una buena parte de su potencial electorado, tal y como los socialistas han ido traicionando a sus votantes una y otra vez por diversos motivos; y no lo digo yo: lo dicen sus propios resultados electorales que los han llevado a su actual irrelevancia política. Yo no soy ni más moralista ni más ético que nadie; pero no puedo entender como un ciudadano que se diga demócrata, pueda volver a votar al P$OE después de lo del GAL, por ejemplo, como al PP después de lo de la playa de El Tarajal. Yo no voto a criminales de estado que, además y para más inri, han demostrado ser una pandilla de corruptos que han vivido de la barra libre de una democracia confeccionada y tutelada por el tardo franquismo, con el objetivo de poder medrar todo lo posible teniéndolo todo controlado. Es lo que han estado haciendo tanto PP como P$OE a lo largo de los últimos 40 años, en los que se han repartido el suculento pastel entre los dos. Tampoco podemos ser tan ingenuos como para engañarnos: si estamos como estamos hoy, es básicamente por culpa de ambos partidos, únicos que han gobernado este país hasta ahora y que defienden como gato panza arriba que así debe continuar la cosa, evidentemente. ¿Por qué perder ese chollo, verdad? Toda esta… basura, como es natural, está refrendada por una monarquía a la que yo no he podido votar. Y por querer votar, me llamáis hasta nazi sin saber, evidentemente, muy bien lo que decís al hacerlo. Tan solo transmitís odio y rencor en cada una de las letras. Indiscutiblemente que no os lo compro: por mí, podéis odiarme todo lo que queráis, no es algo que me afecte personalmente ni poco ni mucho; aunque en términos globales lo que me causa es pena ver como hay tanta gente tan fácilmente influenciable y manipulable. Pero una de nuestras constantes históricas es ese atávico analfabetismo político del populacho, ataviado en muchos casos de un irresponsable pasotismo que han propiciado el actual estado de las cosas, de modo y manera que la actual clase política deriva y es reflejo, en buena medida, de la sociedad que la vota.

No hay mayor traidor a la democracia y a este país que el P$OE. La derecha solo ha engañado a quien se ha dejado engañar; pero han hecho bien su trabajo, sin duda, sin ocultarlo ni arrepentirse: sin complejos. Sin  complejos han robado y saqueado al país cuanto, cómo y cuando han querido, han comprado voluntades de jueces y fiscales que los amparasen en sus fechorías, han defendido los intereses bastardos de las élites que los subvencionan y han pisoteado los derechos de la ciudadanía, si ha hecho falta para anteponer esos intereses a los del resto de españoles. Hoy, en este país, hay gente con miedo a dibujar, a cantar, a componer, a escribir, a representar, ha hacer de cómico, a llevar algo amarillo, con miedo a ser mujer, a ser pensionista, a ser parado, a enfermar y ser dependiente, a ser un ser, un ciudadano o ciudadana con la ufana pretensión de tener, por y con esa ciudadanía,  unos derechos como el de la libertad de expresión, de opinión, el derecho a expresarse en unas urnas en un país supuesta y teóricamente democrático; aunque bastante fachilla en el fondo como venimos padeciendo, entre otras cosas por la felonía y deserción llevada a cabo por los socialistas.

Pero todos tranquilos; aun se puede hacer peor, sobre todo por parte de quienes viven dejándose llevar por los cantos de sirena de la ultra derecha, que ha encontrado en Rivera y los suyos el representante perfecto para defender e imponer sus postulados políticos y sociales. Tal como si hubiera ganado las elecciones en Francia la fascista de la Le Pen, la ultra derecha española se acerca peligrosamente a Moncloa, impulsada por la antigua derecha desgastada en parte por su propia corrupción y una izquierda traidora, que no tiene ni puñetera idea ni por lo visto ganas de tenerla, de qué ofrecerle a la ciudadanía como alternativa, porque han perdido, también y por méritos propios, el derecho a la credibilidad como alternativa por un lado, y por otro porque para postularse como alternativa debería enfrentarse al establishment abiertamente, les falta valor y vergüenza y les sobra complicidades con esa derecha podrida de corruptos, llena de desfasados, nostálgicos, racistas, misóginos, hipócritas y excluyentes, que hacen de la bronca y la confrontación entre nosotros su modus vivendi y su razón de ser.
                                                                                 
A más ver


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