Si alguno creía que la patochada colectiva
había tocado techo justamente en España, capaz por sí misma y sin ayudas foráneas
de reelegir como presidente al tipo que dirige el partido político más corrupto
de Europa, se equivocaba: la bobada colectiva ha alcanzado una nueva cima, con
el populacho siguiendo mansurronamente a su flautista de Hamelin, en su cruzada
anticatalana. Resulta cuando menos paradójico que una sociedad como la
española, que ha tenido ocasión de comprobar hasta la saciedad una parte de la hedionda
bazofia del estado que ha salido a la luz, que ha visto demostradas de forma
irrefutable mil muestras de corrupción desde las instituciones del estado, que
ha salpicado desde la más humilde de las concejalías hasta la casa real,
resulta paradójico cuando menos, decía, que esa sociedad se crea ahora a pies
juntillas a los corruptos, su renovada decencia, honradez y españolismo de
raza. Esto, como es evidente, es extrapolable a esa parte de la sociedad
catalana que sigue fiando su devenir a su derecha corrupta, subida al carro
independentista a última hora y para salvar el culo de la quema. De mí para ti
que el sentido común se ha tomado un weekend para hacerse un lifting después del
lunch del Saturday. Recórcholis. Dejemos aquí un pequeño
apunte para la reflexión: si creas un modelo de estado que proclamas
indivisible; ¿qué sentido tiene legalizar asociaciones, movimientos o partidos políticos
independentistas, si estos más tarde o más temprano van a reclamar que se
atienda a lo que es la propia esencia y ADN de su ideología? Si los legalizas,
entonces tienes que permitir que hagan sus reivindicaciones e intentar
contrarrestar estas con acuerdos que hagan atractivo para aquellos seguir donde
están: convencer, que es algo que la derecha española posterga por otro verbo:
someter.
Por enésima vez: este conflicto lo ha
creado en su origen Rajoy. Él solito. Por puro y duro mercadeo electoral. Y él
y no otro sino él mismo, con su reconocido inmovilismo que hay quien incluso lo
ha bautizado como el nuevo arte de la política contemporánea (sopa de peloteo),
ha provocado una serie de reacciones lo que, sumado a sus torpezas políticas ha
ido dejando en el camino un reguero de nuevos adeptos a la causa
independentista. Súmesele a esto la incapacidad manifiesta en la que su actitud
le ha encerrado para llegar a ningún acuerdo, acuerdo que mermaría su bolsa de
votos, y tendremos al Catalá Emprenyat al que le tumban un Estatut aprobado por
el Parlament, por la ciudadanía catalana en referéndum y por el congreso
español por mayoría absoluta, y que no le hacen ni puto caso a ni una sola de
sus demandas y reivindicaciones. De este modo y a día de hoy, Catalunya tiene
un Estatut que no es el que la ciudadanía catalana y el congreso aprobaron, a
diferencia del resto de Estatutos Autonómicos vigentes en el territorio, y la
respuesta ante esto de Rajoy es absolutamente nula. Cuando este hace alusión a
la defensa que supuestamente él hace de (…yo me cuidaría muy mucho si fuese tu
de que este tipo me defienda de algo no seas que acabes en el talego; pero bueno…)
esa supuesta mayoría absoluta invisible de catalanes que no quieren la
independencia, llega al sumun de la demagogia: en política las mayorías absolutas
invisibles no existen. En política las mayorías absolutas se sustancian en
votos, se hacen visibles y a través de su visibilidad, se hacen efectivas.
El hecho de que año tras año el 11-S
en Catalunya sea sinónimo de reivindicación, que llene las calles de Barcelona
por sexto año consecutivo en la forma que todo el mundo ha visto, y digo todo
el mundo y es literal: todo el orbe, aparte de resultar un fenómeno sociológico
sin precedentes, es una prueba evidente de la incapacidad de solucionarlo por
parte de quien tiene la posibilidad de hacerlo; y que no es otro que Rajoy. Pero
este ya hace tiempo que cruzó la línea de no retorno en su cruzada anticatalana,
que tan buenos réditos electorales le ha proporcionado; y ya no tiene salida
sin pagar un peaje que ni se plantea. Así las cosas, imaginemos por un momento
que a los catalanes nos ponen algo en el agua y como por ensalmo a todos se nos
deshacen las ansias independentistas. A partir de ese momento ¿qué?; ¿volvemos
a la casilla de salida?; ¿en qué punto estaba la casilla de salida?: ah, sí: el
señor Rajoy nos haría a los catalanes, él solito a ratos libres alguna tarde,
un Estatut a su gusto para hacernos felices al fin. ¿Y luego, qué?; ¿le levantamos
un monumento en el centro de la Plaza Catalunya (calla, animal: ahí podemos
poner una pedazo plaza de toros que lo flipas), le dedicamos la AV Diagonal
para que pase a ser AV. Del Generalísimo Rajoy? No es cachondeo: es patético.
Sin sentimentalismos ¿de qué va todo
esto?; hemos dicho sin sentimentalismos. Tenemos una derecha española pillada
metiendo la mano donde no debía y, de resultas de ello, se les acabó el chollo
de los sobres. O no; pero hagamos un ejercicio de buenísmo y creamos que sí,
que no lo vuelven a hacer. Tenemos por otro lado una derecha catalana pillada
metiendo la mano donde no debía por el mismo procedimiento que la española y,
de resultas de ello, se les acabó el chollo del 3%. Otro tanto de lo mismo.
Tenemos, por tanto, a la derecha española y catalana con un serio problema de financiación.
Y el tercer elemento de la ecuación es sin lugar a dudas el creciente impulso
independentista, que la crisis política de la derecha catalana por sus recortes
y la crisis económica, unida a los desaciertos de la política de Rajoy en Catalunya,
hacen subir como la espuma y, milagro, ambas derechas encuentran la inspiración
para explotar la nueva mina: el control sobre Catalunya. De eso se trata: del
control sobre esta parte del territorio español que pueda seguir abasteciendo
el hambre de riquezas y poder de las derechas de ambos bandos: unidas ahora y
siempre en la rapiña. Banderas, himnos, frases grandilocuentes, poses,
afectaciones dignas de todo un Robert de Niro de algunos y algunas, todo eso no
es más que circo, distracción para el populacho y claro, el populacho grita y
goza enfebrecido ante show del que se le hace formar parte, cada cual a su
fiesta.
¿Qué queda, hoy?: una parte de España
que si no la odiaba bastante ahora odia más a Catalunya, y en Catalunya una
buena parte de ciudadanos que antes se sentían españoles y catalanes pero que
ya no. La titánica empresa que supondría volver al redil a esa parte desafecta
catalana, no está al alcance de Rajoy ni aunque este fuera de trippy o se lo
consultara al David Lynch, director, que también otro que tal.
Lo más inmediato: todos los
tribunales, jueces y fiscales del mundo mundial español, ordenando a los Mossos
a desplegar todos sus efectivos a la busca y captura de papeletas, urnas,
propaganda del referéndum, etc.; al tiempo que seguimos en Alerta 4 por amenaza
terrorista y que estos deben decidir si atender esos requerimientos judiciales,
desatendiendo la seguridad ciudadana, o deben atender a la seguridad ciudadana,
desatendiendo el requerimiento judicial; y con 500 efectivos menos, que tendrían
si Rajoy hubiera querido.
Y ya sabéis: No tenim por.
A más ver
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